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Nueve de Julio
martes, abril 16, 2024

Héctor Raúl Barbato

barbatoEl telegrafísta y los
caminos de la palabra
* Fue el último jefe de la oficina del Telégrafo de la Provincia de Buenos Aires en 9 de Julio.
* Durante más de treinta años se desempeñó en el Telégrafo, en diferentes ciudades, recibiendo el reconocimiento de superiores, por el profesionalismo, la dedicación y honestidad con que se destacó.
* En la localidad de Bonifacio colaboró con diferentes instituciones y desarrolló una tarea encomiable en la Laguna Alsina, convirtiéndola en un lugar de esparcimiento muy concurrido.
* En 9 de Julio, junto a su esposa, ha integrado diferentes instituciones, brindando siempre una colaboración generosa.

Dalmacio Velez Sarfield, ministro del Interior durante la presidente de Sarmiento, uno de los grandes impulsores de las líneas telegráficas en el país, fue quien sostuvo que «los telégrafos son caminos, son los caminos de la palabra». Precisamente, el telégrafo fue un medio de comunicación gravitante para la sociedad, fue la columna vertebral de la comunicación oficial gubernamental y tuvo un rol muy significativo, en materia comunicacional, para el mundo del comercio y de las finanzas.
El telegrafista, una profesión hoy desaparecida, era el principal protagonista, ejercía circular la palabra por ese camino de redes que, merced a un impulso eléctrico, trasmitía el mensaje en Código Morse.
El Telégrafo de la Provincia de Buenos Aires era, en efecto, la empresa telegráfica más antiguo del país. En 9 de Julio, desde 1876, poseía una oficina que, luego de ocupar varias sedes, término instalada en la calle Hipólito Yrigoyen entre Bartolomé Mitre y La Rioja, como aún lo recuerdan mucho nuevejulienses que concurrieron a la oficina para enviar un telegrama, trasmitir una noticia o una salutación.
Héctor Raúl Barbato fue el último de los jefes de la oficina del Telégrafo de la Provincia de Buenos Aires en 9 de Julio. A él le correspondió cerrar sus puertas cuando, el gobierno provincial, dispuso la polémica resolución de hacer desaparecer para siempre el Telégrafo, sus oficinas, sus redes,su acción tan vital.
Raúl Barbato sigue viviendo en nuestra comunidad, donde ha integrado diferentes instituciones y se ha brindado siempre con gran generosidad y solidaridad. En su corazón vive aún un gran cariño hacia el Telégrafo de la Provincia,, donde se desempeñó durante tantos años.
Nacido en Pehuajó, cursó en su pueblo natal sus estudios primarios y, allí, transcurrieron los primeros años de su vida. En Pehuajó aprendió el Código Morse, que le permitió convertirse en telegrafista.
Había ingresado, siendo adolescente, como mensajero en la sede pehua jense del Telégrafo de la Provincia y, por espacio de un año y medio, estudió el Código, familiarizándose con la recepción y la transmisión de este complejo sistema de comunicación. El jefe de la oficina de Pehuajó de entonces, el señor Spilimbergo, le había ofrecido la posibilidad de aprender telegrafía para ascender en el escalafón al empleo de telegrafista.
Cabe destacar que, en su familia, fueron telegrafista otros dos hermanos, uno de ellos perteneció también en el Telégrafo la Provincia mientras que el otro lo fue en el Telégrafo de la Nación, que pertenecía a la Dirección Nacional de Correos y Telégrafos. Sus dos hermanos también vivieron en 9 de Julio.
En ese entonces, Pehuajó era una oficina muy apropiada para el buen aprendizaje de la telegrafía. Era una retransmisora, con hilo directo a Buenos Aires, que tenía a su cargo otros puntos de la zona, tales como, Juan José Paso, Trenque lauquen, Pellegrini, Rivadavia, General Villegas, América, General Pinto y Ameghino.
En 1956, luego de rendir examen para el ascenso, fue enviado como telegra fista a la oficina de ciudad de Buenos Aires, que por entonces se encontraba ubicada en la calle Sarmiento al 360.
«En Buenos Aires -comenta, en diálogo con EL 9 DE JULIO-  estuve trabajando alrededor de tres años, para luego ser trasladado a la ciudad de Chivilcoy. Como tenía que regresar, nuevamente, a la central de Buenos Aires, opté por buscar que me trasladen a un oficina en el interior. En ese momento se encontraban libres tres oficinas, en Adolfo Alsina (Carhué), Laguna Alsina (Estación Bonifacio) y Pellegrini. En el Telégrafo, cada vez que se aspiraba a un ascenso, el interesado debía rendir examen; así que me presenté para las tres».
«En esa oportunidad, me dieron la oficina de Bonifacio, donde estuve como jefe hasta 1974», recuerda.

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EN BUENOS AIRES
En Buenos Aires, además de su trabajo como telegrafista en la oficina central de Buenos Aires, trabajaba en una industria de neumáticos para bicicletas. A la fábrica concurría de 7 a 12 horas; luego, en Emilio Lamarca y Alvarez Jonte tomaba un colectivo que lo llevaba hasta dos cuadras de su casa, en Corrientes y  Gurruchaga. Luego de almorzar, se dirigía en subte a la sede del Telégrafo de la Provincia, de 14 a 20 horas. En esos años, la oficina funcionaba las 24 horas.
«Estando -explica- en la oficina de Buenos Aires, en verano, como vivía cerca de la misma, muchas veces el jefe del distrito me pedía que, en la noche, trabajara dos horas más, para sacar los telegramas que se enviaban desde Mar del Plata, que eran muchos. Después de las 20 horas, se abría un hilo directo con Mar del Plata hasta las 22 horas, y se recibían entre 150 o 200 telegramas».
Desempeñándose en Buenos Aires, cierta vez le tocó suplir al jefe del Telégrafo en el interior del Delta, en una isla. Allí permanecía durante la semana y le brindaban alojamiento los efectivos de Prefectura. Los sábados regresaba a la Capital en lancha.

EN LAGUNA ALSINA
Su mayor trayectoria como telegrafista, en calidad de jefe de oficina, tuvo lugar en Laguna Alsina (Estación Bonifacio), una localidad del Partido de Guaminí.
«En la oficina de Laguna Alsina -rememora- trabajábamos en directo con Daireaux, Bolívar, Piro vano, Urdampilleta, Carhué y Bahía Blanca. Bolivar, se comunicaba con radiotelegrafía a La Plata. El telégrafo era el medio más directo y rápido para comunicarse. En Laguna Alsina, por ejemplo, la firma Monasterio, de remates ferias, una de las más importante la zona, tenía su escritorio contiguo al Telégrafo y su gerente pasaba la información por vía telegráfica a la  oficina en Carhué».
Barbato se vinculó a la comunidad de Bonifacio. Tanto así que fue elegido presidente de la comisión administradora de la Laguna Alsina, ubicada pocos kilómetros al sur de la localidad.
En breve espacio de tiempo,  logró convertir a este lugar en un espacio turístico de primer nivel, con sisternas de agua potable, sanitarios nuevos y moderna iluminación; además de la construcción de una pista de baile.
De esta manera, consiguió que la Laguna se vea concurrida por un número importante de personas que se acercaba, especialmente los domingos y días feriados.
Los Barbato, tanto Raúl como su esposa, fueron colaboradores activos tanto en la cooperadora de la escuela como del Club Independiente.
En el año 2006, se realizaron las celebración con motivo de los 100 años de Laguna Alsina. En la oportunidad, fue inaugrada la terminal de Ómnibus, varias cuadras de pavimento, una senda peatonal  y el Monumento al Centenario. Asimismo, se llevaron a cabo un desfiles cívico, un almuerzo popular y una representación de los inmigrantes que fundaron enrededor de la estación de trenes esta localidad.
Raúl Barbato junto a su esposa, su hijo y sus nietos visitó la localidad en esa ocasión. Allí fue saludado y recibió el afecto de muchos vecinos que, tres décadas después, lo recordaban con gran cariño.
En Laguna Alsina nacieron sus dos hijos, Mónica (profesora en la E.E.T. Nº 2) y Raúl (hoy concejal).

EN 9 DE JULIO
En 1974, Héctor Raúl Barbato fue trasladado a 9 de Julio. En ese momento se jubilaba el jefe que se encontraba en esa época, Eduardo De Risio y habían quedado vacantes otras dos oficinas; además de 9 de Julio, Carlos Casares y Chivilcoy.
«Si bien -afirma el entrevistado-, me había anotado para la jefatura de la oficina de Chivilcoy, donde ya había estado trabajando, me informaron que el jefe de Carlos Casares era oriundo de Chivilcoy, donde tenía su familia, y deseaba hacerse cargo allí. Cuando rendimos examen salí primero, pero como el otro jefe tenía su familia allí, me ofrecieron venir a 9 de Julio».
Cuando Barbato arribó a 9 de Julio conformaban la oficina del Telégrafo, el señor Scatolini, como telegrafista; Edgardo De Risio y Raúl E. Mascheroni, como mensajeros. Más tarde, reingresó, el señor Cocchiolone, quien había trabajado con antelación en el Telégrafo pero se había retirado para dedicarse a la fotografía.
Raúl Barbato fue el último jefe de la oficina del Telégrafo de la Provincia en 9 de Julio. A él le cupo organizar y disponer del cierre de la misma.
«El Telégrafo de la Provincia de Buenos Aires se cerró en 1979. Había una empresa japonesa que, en ese momento, le había ofrecido al Gobierno la posibilidad de modernizar todo el sistema», indica.
Cuando se resolvió cerrar el Telégrafo, la Dirección General le ordenó efectuar un inventario por triplicado de todas las existencias, muebles, aparatos, postes, etc. Asimismo, se le indicó entregar todo el patrimonio a la Municipalidad. Precisamente, en la actualidad, los aparatos del Telégrafo de la Provincia se conservan expuestos en el Museo local.
La de 9 de Julio fue una de las últimas oficinas telegráficas provinciales en cerrar sus puertas. Al respecto, Barbato recuerda el motivo por el cual fue demorado el cierre: «Cuando se resolvió el cierre del Telégrafo, me enviaron un mensaje interno consultándome si prefería que se me indemnice; si deseaba ir a otro oficina de la Provincia, llámese Rentas o Registro Civil, para seguir trabajando o bien, jubilarme».
«Les respondí -prosigue- que deseaba ser jubilado. Con veinticinco años de servicio y cincuenta años de edad, podía acogerme a los beneficios de la jubilación. Como estaba próximo a cumplir los años, me autorizaron a permanecer en la oficina hasta mi jubilación; por eso que, la de 9 de Julio fue una de las últimas en cerrar. Si bien ya el telégrafo no funcionaba, seguí concurriendo a la oficina por tres meses más; tenía cincuenta años de edad y treinta y tres de servicio».
Cuando finalizó su trabajo en el Telégrafo, Barbato se incorporó al personal de la Agencia de Lotería Gianni, que se encontraba ubicada en la avenida Mitre casi Libertad, que con el tiempo pasó a un local en la avenida Vedia. En la Agencia permaneció por espacio de veinte años, hasta su venta a otros propietarios.

 UN BUEN SERVICIO
El telégrafo de la provincia de Buenos Aires se caracterizó por brindar un buen servicio, merced a una amplia red que se extendía a lo largo de todo el territorio bonaerense.
Tal como lo refiere Barbato, «las oficinas del Telégrafo, por lo general, se componían de un aparato transmisor, un manipulador, y un receptor, al que llamábamos sonador, el cual estaba compuesto también por una caja acústica».
«En el tablero -agrega- había un sistema de posibles que indicaban si había alguna falta en la línea; por ejemplo, si una tormenta fuerte había derribado un poste, interrumpiendo la línea. En ese caso, las lámparas del tablero alumbraban más fuerte, eso indicaba que el cable se había cortado y estaba en tierra».
«Cuando había  un problema en la línea, entraban a operar los guardahilos, eran los encargados de efectuar las reparaciones en cables y postes. Ellos salían cada 15 días a recorrer la línea. Cuando había alguna falta, muchas veces, para encontrar el problema tenían que salir a pié y recorrer entre 25 o 30 kilómetros hasta detectarlo», asegura.
La velocidad de transmisión de los telegráfos era de unas veinticinco palabras por minuto. Al principio, el telegrama se escribía de forma manuscrita, dejando el original para archivo y el duplicado para el destinatario. En Buenos Aires confeccionaba directamente mecanografiados, ni bien se recepcionaban.
El servicio oficial, es decir, los ministerios, las oficinas y reparticiones del gobierno provincial, las municipalidades,  el Banco de la Provincia, usaban telegramas sin cargo. En esa época, el teléfono no tenía discado directo, para tener una comunicación de larga distancia había que esperar el tiempo; entonces, el telégrafo, el medio de comunicación más rápido.
En Telégrafo de la Provincia en la prolongación de su red para esta parte de la Provincia,  estaba vinculado con la línea telegráfica del Ferrocarril del Oeste, que luego de su nacionalización pasó a llamarse Ferrocarril Sarmiento.
«En el caso de 9 de Julio -puntualiza-, cuando se presentaba algún problema, lo informábamos al ferrocarril, que tenía sus propios guardahilos. Desde la Estación Once hasta Pellegrini, la línea del Telégrafo de la Provincia iba por la red del Ferrocarril Sarmiento».
«El ferrocarril, tenía su propio telégrafo para el servicio interno y, a partir de un convenio que se había establecido en los orígenes del Telégrafo de la Provincia, los hilos de éste se desplazaban por los mismos postes del Ferrocarril. En otros lugares, no ocurría lo mismo, ya que la totalidad de la línea pertenecía al Telégrafo de la Provincia y era atendido por guardahilos propios», informa Barbato, quien no duda en subrayar que «el Telégrafo de la Provincia era una de las pocas reparticiones del gobierno que no daba pérdidas».

     EL FUTBOL
Siendo muy joven, Raúl Barbato, fue jugador de fútbol. Se inició en el Club Deportivo Argentino de Pehuajó; más tarde, pasó, por espacio de dos años, al Club Defensores del Este. Entusiasta de este deporte, comenzó a jugar en primera división cuando contaba apenas quince años de edad.
En 1951, fue contratado por el Club Atlético «San Martín» de 9 de Julio, por espacio de un año. En ese momento, los domingos, tomada el tren de las 8 horas en Pehuajó y alrededor de las 10 llegaba en 9 de Julio. Lo iba a buscar a la estación «Pucho» Baztarrica, quien por entonces era empleado bancario y tenía un Ford A de color verde.
Cuando se encontraba radicado en Buenos Aires, viajaba a su ciudad natal los sábados para jugar en Deportivo Argentino, donde se retiró como futbolista, siempre en primera división, en 1958.

TRABAJO SOLIDARIO Y EN INSTITUCIONES
Junto a Teresa, su esposa, Raúl fue uno de los fundadores de la Centro de Atletismo nuevejuliense, a comienzos de la década de 1980. Muchos jóvenes de entonces participaban en diferente competencia que se realizaban en la zona. Los padres colaboraban para llevar a los chicos y para que todos cuenten con la indumentaria adecuada. Contaban con la colaboración del señor Mobiglia, camionero, quien gentilmente los trasladaba a los diferentes lugares donde debían competir. «Chengo» Pérez era el encargado de prepararlos en el atletismo.
Raúl y Teresa fueron activos colaboradores en el Hogar del Niño, como así también en la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº 1 (hoy E.E.T. Nº 2), en la época en que estaban construyendo el actual edificio de la avenida Tomás Cosentino.
En el «9 de Julio Automóvil Club», Barbato desarrolló una labor administrativa importante, siempre ad-honorem.

PALABRAS FINALES
Con sus 86 años, don Héctor Raúl Barbato, mantiene una gran vitalidad. Conserva la misma cordialidad y deferencia en su trato, que tenía en las épocas en que atendía la oficina telegráfica o la Agencia de Lotería Gianni. La brevedad de espacio periodístico nos impide, sin dudas, escribir una semblanza biográfica más extensa acerca de quién nos ocupa; quien guarda en su memoria un gran número de anécdotas y recuerdos, vinculados a las diferentes comunidades en las cuales les tocó recibir, en el desempeño de su profesión de telegrafista.
Raúl Barbato, es parte de esa rica historia trazada por el telégrafo, ese gran medio de comunicación que durante décadas unió los pueblos de la provincia y del territorio nacional y que fue pilar fundante en los orígenes de las telecomunicaciones.

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