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jueves, abril 18, 2024

Carlos A. Cappelletti

CAPPE4  *Médico Veterinario, nacido en esta ciudad, desarrolló durante 38 años su profesión.
* Especializado en inseminación artificial, ejerció la docencia y brindó cursos sobre esta temática.
* Entre los trabajos en la órbita oficial y gubernamental, por espacio de quince años se desempeñó como veterinario municipal y en la organización de campañas de vacunación antirrábica; también fue tasador del Banco de la Nación Argentina.
* Jubilado desde hace algunos años, integra a la vida familiar una vocación hacia la literatura que lo ha llevado a escribir una obra autobiográfica que presentará en los próximos días.

El próximo viernes 10 de abril, a partir de las 20 horas, en el salón auditorium de la Biblioteca Popular «José Ingenieros», será presentada la obra «Historias veterinarias», editada por el sello «De los cuatro vientos», cuyo autor es el doctor Carlos Aquiles Cappelletti, médico veterinario de larga trayectoria en el Partido de 9 de Julio y en la zona.
La obra contiene una rica recopilación de historias y anécdotas, la experiencia y la carrera vital de su autor. En su origen fue concedida como un legado para sus nietos, pero que ahora, afortunadamente, llegará a los lectores, en un aporte cultural muy significativo.
Ciertamente, si se tiene en cuenta que el libro que trata acerca de la trayectoria profesional de su autor, ha sido desplegado en más de 200 páginas, resulta por demás comprensible que en la brevedad de este espacio periodístico sería imposible ofrecer una reseña acabada de rica biografía del doctor Cappelletti. Esta semblanza aspira a ser un breve acercamiento a su trayectoria que, los lectores completarán acabadamente cuando tengan en sus manos el libro.
Nacido en 9 de Julio el 11 de julio de 1946, en un hogar de ocho hermanos, formado por el ingeniero agrónomo Carlos Mario Cappelletti y la docente Matilde Beraza. Sus estudios primarios los cursó, primero, en el Colegio Jesús Sacramentado para luego proseguirlos en la Escuela Nº 3, ubicada frente a su casa.
Los estudios secundarios los realizó en la Escuela Nacional de Comercio, egresando como Bachiller en 1963, con la legendaria «Promoción del Centenario». En aquellos años era el tiempo en que se pasaba de la niñez a la adolescencia de una forma muy categórica: cuando se ingresaba en la escuela secundaria los varones comenzaban a usar los pantalones largos.

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Sus vacaciones solía transcurrirlas en el campo, junto a sus abuelos paternos y, los días sábados, lo acompañaba a su padre. Desde entonces, en plena infancia, ya sentía predilección por los animales. Puede decirse que, entonces, comenzaba su inclinación hacia la Veterinaria, la profesión que abrazó durante casi cuarenta años. Más aún, cuando se encontraba a punto de finalizar los estudios secundarios, no tenía dudas que la carrera universitaria que emprendería sería Veterinaria.

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LA FORMACION

En 1964 ingresó a la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires. En los años de la formación universitaria, entre quienes influyeron considerablemente en su carrera se pueden mencionar al profesor Vallejos, jefe de trabajos prácticos de Semiología, especialista en aves; al doctor Santiago Calvi, profesor de enfermedades infecciosas, con quien conservó una gran amistad; al doctor Grisolía, profesor de Semiología y al doctor Marrodán, a quien consideraban sus alumnos como un «profesor con olor a bosta», porque trabajaba en el campo y era docente.
«Cuando tuve un caso difícil -explica-, en mi vida profesional, le pedí una ayuda al doctor Marrodán. No podía dar con el diagnóstico del caso que me estaba preocupando y él vino hasta el campo para intentar solucionar el problema. Después de revisar la hacienda, el pastoreo, la comida, la planilla de computación y los datos reproductivos, cuando se estaba por retirar, me dijo que no sabía lo que tenían las vacas pero que buscara por el lado de la alimentación. En efecto, después de conectar con un especialista de INTA Castelar, residenciado  en los Estados Unidos, pudimos llegar a la causa del problema que, efectivamente, se encontraba en la alimentación, con un exceso de nitrógeno no proteico en la dieta».
Mientras estaba cursando el cuarto y quinto año, respectivamente, comenzó a salir al campo con quien considera su gran maestro, el doctor Roberto Aramburu.
«Cada quince días -añade- venía desde Buenos Aires a  9 de Julio a visitar a mi novia y aprovechaba esa oportunidad para salir con el doctor Aramburu al campo. Ahí yo ponía la teoría  en la práctica. Él fue quien me adentró en todos los casos clínicos, de una manera directa y práctica».
Del doctor Aramburu no solamente aprendió aquello vinculado con la terapéutica o el diagnóstico veterinario. Lo indujo, por cierto, a adoptar formas y actitudes que serían beneficiosas en el ejercicio de su profesión. Al respecto, Carlos nos narra una anécdota interesante: «Mi padre -dice- por su problema de gastritis no podía tomar mate, entonces, yo tampoco me había habituado a tomarlo. En cierta ocasión, el doctor Aramburu me dijo que, cuando yo iba al campo y revisaba un animal, luego de medicarlo me retirara; que el tratamiento indicado lo tenía que realiza el personal del campo. Entonces, era necesario que el veterinario se gane la confianza del personal, de los peones. Una de las formas de hacerlo, era compartiendo el mate con ellos. Así fue que me habitué a tomar mate dulce, amargo, con ginebra, con whisky, con leche».
El doctor Cappelletti se graduó como médico veterinario del 30 de diciembre de 1968.

EL PRIMER VIAJE A EUROPA

Finalizados los estudios universitarios, junto a otros condiscípulos tuvo la oportunidad de efectuar un viaje de cuatro meses por Europa, recorriendo doce países.
«Cuando estaba -expresa. cursando el tercer año de la Facultad, era la semana de la primavera y me había quedado en Buenos Aires porque tenía que preparar un examen. El 21 de septiembre se hizo un pic nic en la Facultad y,  uno de mis compañeros, tuvo una idea: al recibirnos, realizar un viaje de egresados a Europa. En esa oportunidad nos anotamos 168 pusimos una cuota mensual simbólica. La mayoría pensaba que era un sueño loco y se fueron borrando, a tal punto que quedamos apenas cuarenta. Después, terminamos viajando quince».
«Disfrutamos ampliamente, conocimos mucho y, lo más importante de todo, no pusimos un peso. En aquel momento, recibimos colaboraciones que habíamos solicitado a los profesionales veterinarios del país, a las cabañas, a los criaderos de animales y a los laboratorios. Además, organizamos rifas, bailes en la Facultad. A mí me tocó organizar té canasta con desfile de modelos en el Hotel Saboy, en la avenida Callao, para lo cual me ayudó la esposa del profesor», subraya.

EN LA NIÑA

De regreso de su viaje por el viejo mundo, se radicó nuevamente en esta ciudad. En esos años, su padre ocupaba el cargo de intendente municipal, por lo cual debió dedicarse a la atención del campo familiar.
«Al campo -recuerda- iba todos los días. En una oportunidad, mi padre me dijo que no era necesario que fuera todos los días, que con hacerlo tres veces por semana, los días lunes, miércoles y viernes, estaba bien. Como siempre he sido muy madrugador y me levantaba muy temprano, ese martes, a las seis de la mañana, después de desayunar me dije: ¿Ahora qué hago?. Entonces, me dirigí hacia la Veterinaria Uruguay y le solicité la dirección del laboratorio más importante en  veterinaria en el país. Me indicaron el Instituto Rosenbusch y, unos días después, me fui a Buenos Aires para entrevistarme con el gerente de ventas».
«Ni bien me presenté ante el gerente y le comenté sobre mi deseo de trabajar en veterinaria, en cualquier punto del país, aquel me sugirió dirigirme  a La Niña. Allí  había una veterinaria que se la estaban por clausurar a su propietario porque no tenía veterinario. Al día siguiente, fui a La Niña y arreglé con don Juan Bonardi, su dueño. Así comencé a trabajar como veterinario clínico de grandes animales», narra Carlos.
Carlos trabajó en La Niña, como veterinario, por espacio de quince años, hasta que optó por especializarse en reproducción bovina e inseminación artificial. Con ello, llegó a formar un grupo de veintisiete inseminadores, trabajando en diferentes distritos de la zona.

LA DOCENCIA

Carlos Cappelletti ejerció la docencia tanto en el ámbito universitario como en el secundario. Siendo estudiante avanzado, en la Universidad, por espacio de dos años fue ayudante de cátedra de Semiología, la ciencia y el arte del diagnóstico.
«Esa materia -comenta- me cautivó. Mientras cursaba cuarto año me presenté como postulante a ayudante de cátedra honorario. Me admitieron y, poco después, tuve la suerte de que a raíz de una huelga del personal docente, todos los ayudantes quedarán cesantes y, luego de un concurso, los honorarios pasemos  a ser ayudantes rentados. Para mí esto fue una liberación, porque esto significaba un ingreso para mis gastos personales».
Siendo rector el padre Enrique Barbudo, del Colegio Marianista «San Agustín», lo convocó para ejercer como profesor de Zoología, asignatura que estuvo a su cargo durante ocho años. Ulteriormente, siguió ejerciendo como docente en los cursos de inseminación artificial dictados en diferentes ámbitos, en el Colegio Salesiano de Del Valle o en forma particular.
A lo largo de los años pasaron por sus cursos más de mil alumnos, en tiempos en que Cappelletti, era representante del Centro de Inseminación Artificial «La Elisa».
«Me siento muy feliz, muy contento, agradecido al Señor de haber podido trabajar en lo que me gusta. A los sesenta años de edad me jubilé y me dediqué a la atención de un campo que había heredado de mis familiares», expresa el entrevistado.

LA VOCACION LITERARIA

Luego le acogerse a los beneficios de la jubilación, el doctor Carlos Cappe- lletti, vio el despertar de una nueva vocación: la escritura. «Siempre me gustó -reconoce- contarle anécdotas a mis nietos. Así surgió la idea de escribir un libro narrando historias de mi vida profesional, sucesos ocurridos en la realidad».
Durante un año y medio trabajó en su libro. Le enviaba los originales a un amigo, el doctor Benin- casa; también, los leía una de sus hijas y su novio, el doctor Forte. Ellos le ayudaron a escribir.
Más tarde se contactó con la escritora Adriana Romano quien, durante el año siguiente, lo acompañó en la realización de las correcciones y adecuaciones sobre el texto original.
«Historias veterinarias» está conformado por 41 capítulos y 224 páginas, con prólogo de Adriana. La obra se divide en tres partes, que tratan acerca de sus comienzos, desde la historia familiar, sus estudios y los inicios en la profesión. En una segunda parte aborda lo concerniente a la especialización en inseminación artificial y, en la  tercera parte, brinda una serie de interesantes apartados con temas variados. Cada uno de los capítulos está acompañado por atractivas anécdotas, algunas de las cuales despertarán la sonrisa de los lectores.
«En estas páginas -manifiesta el autor, al presentar su obra-, plagada de anécdotas reales a fin de amenizar la lectura, vuelco gran parte de mi vida como veterinario. Mi debut como cirujano, sólo, de noche y sin ayuda; las comidas en casa de los  clientes, con las consabidas facturas de cerdo, responsables de mis altos índices de colesterol; casos clínicos interesantes y, la seca consecuencias funestas para la zona; el recuerdo de los que me acompañaron en mi querido Citröen, matizando los viajes para que no fuera tan duro terminar la jornada, a veces  volvían de madrugada».
Tal como lo afirma el propio autor, en el relato, no faltan las referencias hacia sus colegas, amigos, su paso por la docencia y por la Facultad y el viaje de graduados.
«Historias veterinarias» es el primer libro de Carlos Cappelletti, y ya se encuentra trabajando sobre el segundo: una biografía novelada de su abuelo. En efecto, su abuelo Aquiles, fue una figura tutelar en su vida. Agricultor de larga trayectoria, impulsó la colonización italiana en nuestro distrito, mereciendo ser distinguido con la Orden de Mayo en el Grado de Caballero.
«Escribir -confiesa Carlos- se ha convertido en un placer, aunque también me gusta mucho leer. Disfruto mucho escribiendo. En esta nueva etapa, con el segundo libro, voy recreando cosas acerca de la historia de vida de mi abuelo, lo cual significa un nuevo desafío, pues debe ser algo ameno para el lector, con lo que pueda cautivar su atención».

SU FAMILIA

Carlos tiene una expresión de gratitud especial hacia su esposa, Cristina, con quien lleva 43 años de casados. Al respecto, no duda en reconocer su permanente acompañamiento tanto durante su profesión, como en esta nueva etapa en la que dedica su tiempo a la escritura. Cristina y Carlos son padres de seis hijos: María Eugenia, administradora de empresas y diseñadora de indumentaria; Martín, médico veterinario y propietario de la industria láctea «La Aurora»; Santiago, exitoso hombre de negocios, que trabaja representando al Centro de Inseminación Artificial «La Elisa» y a la firma Sáenz Valiente y Bullrich, en comercialización de hacienda; Juan Pablo, ingeniero agrónomo, asesor de diferentes establecimientos agrope- cuarios; José María, quien actualmente tiene una explotación porcina;  y María Lucía, diseñadora de Indumentaria y diseña- dora y modelista de Calzado, quien trabaja junto con su hermana María Eugenia, en un empren- dimiento propio.
Son abuelos de diez nietos: Agustín, Nicolás, Felipe, Emilia, Pedro, Mateo, Ignacio, Paz, Juan y Máximo.

PALABRAS FINALES

«Me siento muy feliz con esta nueva etapa en mi vida, con la familia que tengo, con la profesión que elegí», son las palabras de Carlos Cappelletti en un pasaje de la entrevista mantenida con Diario EL 9 DE JULIO. En la tranquilidad del hogar,  rodeado del afecto de sus hijos y sus nietos ha encontrado un camino en la expresión literaria. Abriéndose paso en las bellas letras, ellas son  hoy el instrumento de su expresión, para contar una historia de vida y  lo serán también, al  evocar la trayectoria de un gran hombre justo y ecuánime, como fue su abuelo.
En su obra, Carlos Cappellerri, ofrece un relato auténtico, transparente y leal a sus principios. En sus historias narra una parte importante de su vida, que comparte con los lectores. Sin duda, quienes lean «Historias veterinarias», quienes disfruten de esta obra, habrán de devolverle a su autor la misma calidez y afecto que él puso en la redacción de cada página.

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